Cuando la Angustia se Apodera de Nosotros

¿Por qué estoy desanimado? ¿Por qué está tan triste mi corazón? ¡Pondré mi esperanza en Dios! Nuevamente lo alabaré, ¡mi Salvador y mi Dios!
Salmo 42:5 (NTV)

¿Alguna vez has sentido que tu vida no encaja con lo que crees sobre Dios? ¿Qué haces cuando una crisis te lleva a dudar de su presencia en tu vida? El Salmo 42 describe el clamor de un alma angustiada que anhela a Dios. Aunque no conocemos las circunstancias exactas que el salmista enfrentaba, su dolor es evidente. Pierde el sueño y el apetito: “En lugar de comida, tengo llanto. Me la paso llorando día y noche” (Salmo 42:3, PDT). Las burlas de otros, que preguntan «¿Dónde está tu Dios?», intensifican su desilusión y sufrimiento.

El salmista se siente desconectado de la presencia de Dios, y su corazón se quiebra al recordar tiempos mejores: “Se me destroza el corazón al recordar cómo solían ser las cosas: yo caminaba entre la multitud de adoradores, encabezaba una gran procesión hacia la casa de Dios, cantando de alegría y dando gracias en medio del sonido de una gran celebración” (Salmo 42:4, NTV). Incluso se pregunta: “¿Por qué me has olvidado?” (Salmo 42:9, NTV). Este no es un reproche amargo, sino un clamor sincero desde lo más profundo de su corazón. Su angustia es el resultado de una combinación de aislamiento, desilusiones, burlas y la aparente ausencia de Dios.

Esta lucha resuena con nuestra realidad actual. No somos ajenos a experimentar momentos de angustia donde sentimos que Dios esta lejano. Desde una perspectiva bíblica, somos seres complejos en los que lo físico, emocional y espiritual están profundamente interconectados. Como señala Tim Keller: “Somos seres emocionales y necesitamos amigos; somos seres físicos y necesitamos alimentación y descanso adecuados; y somos seres espirituales y necesitamos la verdad de Dios”. Ignorar alguna de estas dimensiones limita nuestra capacidad para enfrentar las crisis.

A partir del Salmo 42, podemos identificar cuatro prácticas que el salmista empleó para enfrentar su angustia y que son útiles para nosotros hoy:

Derrama tu corazón ante Dios: El salmista es completamente honesto y vierte su alma en oración: “Derramo mi alma” (Salmo 42:4, NTV). Cuando la ansiedad nos abruma, tendemos a encerrarnos en nosotros mismos. Sin embargo, leer la Palabra y orar, aunque no sintamos un cambio inmediato, nutre nuestra alma. No dejes de buscar a Dios en la desesperación, pues es en esos momentos cuando más debemos enfocarnos en Él.

Examina dónde tienes puesta tu esperanza: El salmista se pregunta: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío” (Salmo 42:11, RVR1960). Reflexiona sobre la fuente de tu angustia: ¿está tu esperanza puesta en algo o alguien que no es Dios? Muchas veces, las crisis nos abruman porque depositamos nuestra esperanza en cosas que no pueden ofrecernos la certeza y seguridad que anhelamos. Incluso las cosas buenas pueden convertirse en una falsa esperanza si toman el lugar de Dios en nuestra vida.

Recuerda la bondad de Dios: “El Señor me muestra su fiel amor todos los días. Por la noche yo le canto y elevo una oración al Dios que me dio la vida” (Salmo 42:8, PDT). En los versículos 6-8, el salmista medita en el amor fiel de Dios y su compromiso incondicional. Recuerda la gracia y misericordia que Dios ha mostrado en el pasado, tanto en la historia de Israel como en su propia vida, transformando su reflexión en una canción de esperanza.

Predícate a ti mismo: En lugar de dejarse llevar por su corazón ansioso, el salmista se predica la verdad: Dios es su salvación. A menudo, permitimos que nuestros pensamientos y emociones nos inunden de dudas. En esos momentos, debemos dejar de escuchar a nuestro corazón y, en cambio, recordarle las promesas de Dios.

La ansiedad es un desafío real, pero no estás solo. Como el salmista, derrama tu corazón ante Dios, examina dónde está tu esperanza, recuerda su amor fiel y predícate la verdad. Pon tu esperanza en Él, y encontrarás la fuerza para alabarlo nuevamente, porque Él es tu Salvador y tu Dios.